Una mañana de domingo la Abuela le hacía las transas entrelazando en su pelo un cinta de colores. Y le contó su historia; es la que nadie conoce y sus palabras la seguirían el resto de su vida.
“Así pasaron muchos años. Un día resulté embarazada y la madre del patrón joven, decidió que estaba en pecado y fue echada de la Hacienda. El patrón estuvo atento de mí, me mandó a unos jacales que tenía cerca del río, donde estuve hasta que nació mi primer hijo. Al principio batallaba mucho, el patrón se había olvidado de mi, y no tenía para comer. Cuando más desesperada estaba porque mi hijo moría de hambre fue a la iglesia a pedirle ayuda al padre, el cual pidió a las monjas que alimentaran a mi hijo y después me confeso. Cuando le dije todo nomás se quedó callado, quizás enojado. Me engatuso diciendo que le dejara al niño para enviarlo a un orfanato católico en Tampico. Pues yo dije que sí por no contrariar al curita, pero después me arrepentía.
“Ya sin hijo y muriéndome de hambre, porque los hombres sabían que era mujer del patrón, decidí regresé a la Hacienda de Luna para ver si me dejaban regresar. La madre del patrón, después de asegurarle que mi hijo era del caporal, me dejó regresar. Pasaron años sin que el patrón se volviera a fijar en mí. Pero una noche tocó a mi puerta y me dijo hartas palabras bonitas y pues uno no es de palo. Me visitaba de ves en cuando. Volví a quedar cargada.
“Regresé a las chozas y tuve que llevar mi hijo a la iglesia. En total entregué tres hijo al mismo cura, y el curita le sacaba diezmos buenos al los patrones cada vez que mandaba un niño al orfanato. Se que no fui la única. El patrón tuvo sus queveres con otras mujeres.
“Con el tiempo llegó un cura nuevo al pueblo, en cuanto tuvo confianza pregunto a la mujer de mayor edad que contornó:
“—¿Conoció usted a una mujer que hace veinte años tuviera un hijo y lo entregara a la iglesia para que fuera a un orfanato?
“Nadie supo que responderle, pero todos se imaginaron que era hijo del patrón de Luna. Al enterarme pensé que era uno de mis hijos. Fui corriendo a la iglesia para verlo. Era la viva imagen del patrón, alto, delgado y de ojos claros, un hombre completo. Estaba a punto de decirle que era su madre, cuando llegaron Cruz Galindo y Gertrudis Moreno, las malas lenguas decían que también ella tuvieron hijos del patrón y se les veía que se les embarraban los ojos en la cara del curita nuevo. Creo que ellas buscaban lo mismo que yo, queriendo reconocer algún rasgo en común en ese hombre y en los niños que nosotros entregamos. Esa tarde las tres mujeres nos reunimos discutimos por un buen rato, Todas recordábamos algunas señales que nuestros hijos tendían, como lunares o cicatrices en su cuerpos, pero decidimos no decirle nada al cura.
“Ahí estábamos las tres tarugas, asistiendo a misa todos los días, yo tenía que caminar tres leguas desde antes del amanecer para llegar temprano. Dios nos castigo por desesperadas. Nos mataron al curita a los seis meses de llegar; porque defendía mucho a los indios. Y como no, porque él era mitad indio como nosotras somos indias completas y mitas gachupín, como el patrón. Dijeron que fueron los indios broncos, pero todos sabíamos la verdad, que al final fue lo que más nos dolió, el propio padre del curita lo mando matar. Pero lo mataron, de tres balazos, en la entrada al pueblo.
“Las tres madres le lavamos el cuerpo. Buscamos esos lunares y marcas que recordábamos de nuestros hijos, pero si alguna tenía ninguna de las tres dijo nada. Yo limpie el lodo y la sangre de su pecho y le eche alcohol en las heridas y las tape bien con algodón. Sentí su entierro como el de mis tres hijos. Nosotras no estábamos seguras de quien era la madre, pero el padre era el patrón. Decidimos hacer todo lo posible para que lo enteraran en el lado norte del panteón, donde están los gachupines.
“Su tumba todavía esta en el panteón. Yo ya no la visito, pero sé que todavía le llevan flores, deben ser cualquiera de sus madres.
“Mi error fue haberme enamorado, quise darle hijos al patrón para ver si así me quería más. Otro cura me contó una ves que los hijos de uno se vuelven ángeles y que regresan a cuidarnos cuando mueren. Pero lo mejor es no dejar escuincles sufriendo. Mejor cada vez que te acuestes con el patrón me dices para hacerte un té de Remordimientos, una planta que solo yo sé y que no te dejara tener hijos”.
Fernando Medina de la Garza
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