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domingo, 10 de junio de 2012

CARTAS A LOUISE COLET


Cartas a Louise



La obra de Falbert es amplia e impresionante, pero tuvo un importante incremento cuando, en 1926, su sobrina, Caroline Franklin-Grout, autorizó la publicación de las cartas de su tío, dirigidas a Louise Colet. Durante años la  anciana estuvo a punto de quemar las cartas, pero se contuvo, por fortuna para nosotros. Dichas cartas se vuelven un archivo biográfico, psicológico y literario que se tiene de ese autor, durante los diez años más productivos de su vida, describe en las cartas a Louise lo que sentía y vivía en esa reclusión literaria.

Las cartas tiene  cierto atractivo dado por la curiosidad, no se profundiza en secretos de alcoba, sino que llega hasta el alma del autor y revela los sentimientos verdaderos, que todos envolvemos en una capa de indiferencia.

Louise Révoil nació el 15 de septiembre de 1810, en Aix-en-Provence. Era una mujer muy bella, rubia, que llamó la atención a su alrededor. Se casó con Hippolyte Colet, un alumno del conservatorio en diciembre de 1835 en Mouriés. Al morir la madre de la dama se trasladaron a París.


Sus comienzo en París fue regular, publicó un libro sin éxito y, gracias a perseguir premios literarios, consiguió una pensión del estado. En 1838 se vuelve amante de un filósofo de su tiempo, Víctor Cousin, y vive a sus expensas durante 19 años. Mientras tanto su esposo consigue la clase de armonías en el Conservatorio Nacional. Louise recibe un premio por un largo poema insípido, quizá manipulado por sus amantes.

En 1940 Louise esperaba su primer hijo. Pero en junio el periodista Alphonse Karr escribió malévolamente  en un periódico local: “La señora Révoil, después de una unión de varios años con el señor Collet…,ha visto, al fin, su matrimonio bendecido por el Cielo y está a punto de dar a luz algo distinto a un alejandrino; cuando el venerable Ministro de Educación (Víctor Cousin) se ha enterado de las circunstancias, consiente de su deber para con la literatura, ha hecho por la señora Collet lo que había hecho sin duda por cualquier otra mujer de letras. La ha rodeado de cuidados y atenciones; no le permite salir, si no es en su propio carruaje. En una cena en Casa del señor Pongerville, aunque estaba cansada y muy deseosa de irse a su casa, el señor ministro esperó a la interesante poetisa, para llevarla al hogar en su propio Broughem… Todo el mundo espera que no rehusé el apadrinamiento a la futura criatura”.

Claro que Louise se enfureció, visita al periodista y la clava un cuchillo de cocina, afortunadamente nada grave. Karr lo tomó con filosofía y presumía del ataque diciendo: “Regalado por la Señora Colet… en la espalda”. El incidente le trae fama a la dama de sociedad, pero sigue luchando por su literatura. Presenta una obra de teatro que es destrozada por la crítica. Pero recibe una pensión por el director de Bellas Artes.


Nace su única hija Enriqueta, pero ni su esposo ni Victor Cousin reconocen la paternidad. Lo mismo le ocurre a Emma de Madame Bobary, y en la novela se describe como el personaje se olvida de su hija, y quisa paso lo mismo con Enriqueta.

Los especialistas consideran que los poemas de Louise eran malos, sus frases eran confusas y pastosas, sin ningún plan previo antes de escribir. Realmente, para lo expertos no tenía talento. Todos os consejos que el escritor vertió en sus cartas, sobre literatura, psicología y la  vida misma, fueron desaprovechados por su Musa, por que nunca mejoró su escritura.

La dama de letras busca distintos círculos de amigos y encuentra en 1846 a Flabert en un taller literario, el de 24 años y ella de 35. Pasan varias semanas sin verse y cuando se vuelven a encontrar se hacen amantes, se especula que muchas de las experiencias de Emma (personaje Central de la Madame Bovary) donde su primer amante la decepcione en el intento inicial.

Se sabe que Flabert tuvo algunos romances antes de 1840. Uno de ellos con Elisa Schlésinger en Troville, que lo consideran como a pasión de su vida, se piensa que muchas de las palabras románticas en sus cartas fueron escritas pensando en Elise. De otro romance anterior, del cual se conservan algunas cartas, fue con Eulalia Foucaild de Langlade. Fue corto y apasionado.

Tuvieron una separación en 1874, y otra más en agosto de 1848, que se extiende hasta 1851, por el viaje a Oriente de éste. El escritor la busca, se piensa que para seguirse inspirando para el personaje de la esposa adúltera de su novela. Existe un pasaje en la novela que parece aparecer en las cartas. En la segunda parte de Madam Bovary, Emma, la esposa adúltera conoce a un joven inexperto, llamado León Dipuis, el cual la frecuenta sin poder concretar nada. Emma es seducida y toma como amante a varios hombres, pero al regresar León, ya con más experiencias en la vida, sostienen relaciones en un choche. En la carta fechada en , dice:


… Hace ocho días de nuestro hermoso paseo por el Bois de Boulogne. ¡Qué abismo desde aquel día! Aquellas horas deliciosas trascurrieron ara los demás, sin duda, como las anteriores y como las que siguieron; pero para nosotros fue un momento radiante cuyo reflejo siempre iluminará nuestro corazón. Que dicho y qué ternura tan hermosa, … Si fuera rico, compraría aquel carruaje y lo guardaría en mi cochera para no volverá a usarlo nunca más…

Las similitudes entre Ema y Louise son demasiadas. Cuando ella lee el libro de su amante, estalla en cólera, al verse reflejada en las páginas. Escribe su propio libro, Lui, en respuesta a Flovert pero este no tiene éxito.

Esa íntima carta de Flabert nos habla de un viaje a Ruán de parte de su  musa. Nos demuestra que hubo un último intento de la mujer por reunirse, sólo un acto desesperado de una mujer enamorada o el hostigamiento de ésta para casarse con el escritor. No se sabe, pero para entonces Flabert sabía que ella se volvió amante de Alfred de Vigny. Por su parte él era amante de la actriz Béatrix Person.

Louise muere en marzo de 1876 y él escribe: “!Un final más¡ ¿Recuerda usted el pisito de la Calle Sevres? ¡Qué miseria la nuestra!



2

Jueves, once de la noche (6 de agosto de 1846)

Estoy roto, aturdido, como después de una orgía prolongada; me aburro mortalmente. Tengo en el corazón un vacío inaudito. Yo que era antes tan tranquilo, tan orgulloso de mi serenidad, no puedo leer, ni pensar, ni escribir; tu amor me ha vuelto triste. Veo que sufres, preveo que te haré sufrir. Quisiera no haber conocido nunca, por ti, luego por mí, y sin embargo tu recuerdo me atrae sin descanso. Encuentro en él una exquisita dulzura. ¡Ay, qué preferible habría sido limitarnos a nuestro primer paseo! ¡Ya sospechaba yo todo esto! Cuando, al día siguiente, no volví a casa de Fidias (Pradier), es porque ya me sentía resbalar por la pendiente. Quise detenerme; ¿qué es lo que me empujó a esto? ¡Tanto peor! ¿Tanto mejor1 el cielo no me ha dado una constitución graciosa. Nada posee en mayor grado que yo el sentimiento de miseria de la vida. No creo en nadie, ni siquiera en mi mismo, cosas que es infrecuente. Me dedico al arte porque me divierto, pero no tengo fe alguna en la belleza, ni en los demás. Así que el punto de tu carta, pobre amiga mía, en que me hablas de patriotismo, me habría hecho reír con ganas si me hubiera encontrado en estado de ánimo más alegre. Vas a creer que soy duro. Querría serlo. Todos los que se acercan a mí se beneficiarían de ello, y yo también, que tengo el corazón comido, como lo está en otoño la hierba de los prados, por todas las ovejas que han pasado por encima. No quisiste creerme cuando te dije que era viejo. Desgraciadamente es así, pues todo sentimos que llega a mi alma se avinagra en ella, como el vino que se pone en recipientes demasiado usados. Si supieras todas las fuerzas internas que me han agotado, todas las locuras que han pasado por mi cabeza, todo lo que he probado y experimentado en cuanto a sentimientos y pasiones, varías que no soy joven. Tú eres la creatura, tú eres fresca y nueva, tú, cuyo candor me sonroja. Me humillas con la grandeza de tu amor. Merecías algo mejor que yo.  ¡Qué me pasta un rayo, que caiga sobre mí todas las maldiciones posibles, si alguna vez lo olvido! ¿Despreciarte, dices,  porque te has entregado a mí demasiado pronto?....



168

(París) Martes por la mañana (6 de marzo de 1855)

Señora:

Me he enterado de que se había tomado la molestia de venir tres veces, ayer por la tarde, a mi casa. No estaba. Y, temiendo la afrenta que semejante persistencia por su parte podría atraerle por la mía, la cortesía me induce a advertirle que nunca estaré. La saludo atentamente.






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