Cartas a Louise
La obra de
Falbert es amplia e impresionante, pero tuvo un importante incremento cuando,
en 1926, su sobrina, Caroline Franklin-Grout, autorizó la publicación de las
cartas de su tío, dirigidas a Louise Colet. Durante años la anciana estuvo a punto de quemar las cartas,
pero se contuvo, por fortuna para nosotros. Dichas cartas se vuelven un archivo
biográfico, psicológico y literario que se tiene de ese autor, durante los diez
años más productivos de su vida, describe en las cartas a Louise lo que sentía
y vivía en esa reclusión literaria.
Las cartas
tiene cierto atractivo dado por la
curiosidad, no se profundiza en secretos de alcoba, sino que llega hasta el
alma del autor y revela los sentimientos verdaderos, que todos envolvemos en
una capa de indiferencia.
Louise Révoil
nació el 15 de septiembre de 1810, en Aix-en-Provence. Era una mujer muy bella,
rubia, que llamó la atención a su alrededor. Se casó con Hippolyte Colet, un
alumno del conservatorio en diciembre de 1835 en Mouriés. Al morir la madre de
la dama se trasladaron a París.
Sus comienzo en
París fue regular, publicó un libro sin éxito y, gracias a perseguir premios
literarios, consiguió una pensión del estado. En 1838 se vuelve amante de un filósofo
de su tiempo, Víctor Cousin, y vive a sus expensas durante 19 años. Mientras
tanto su esposo consigue la clase de armonías en el Conservatorio Nacional.
Louise recibe un premio por un largo poema insípido, quizá manipulado por sus
amantes.
En 1940 Louise
esperaba su primer hijo. Pero en junio el periodista Alphonse Karr escribió
malévolamente en un periódico local: “La
señora Révoil, después de una unión de varios años con el señor Collet…,ha
visto, al fin, su matrimonio bendecido por el Cielo y está a punto de dar a luz
algo distinto a un alejandrino; cuando el venerable Ministro de Educación (Víctor
Cousin) se ha enterado de las circunstancias, consiente de su deber para con la
literatura, ha hecho por la señora Collet lo que había hecho sin duda por
cualquier otra mujer de letras. La ha rodeado de cuidados y atenciones; no le
permite salir, si no es en su propio carruaje. En una cena en Casa del señor
Pongerville, aunque estaba cansada y muy deseosa de irse a su casa, el señor
ministro esperó a la interesante poetisa, para llevarla al hogar en su propio
Broughem… Todo el mundo espera que no rehusé el apadrinamiento a la futura
criatura”.
Claro que Louise
se enfureció, visita al periodista y la clava un cuchillo de cocina,
afortunadamente nada grave. Karr lo tomó con filosofía y presumía del ataque
diciendo: “Regalado por la Señora Colet… en la espalda”. El incidente le trae
fama a la dama de sociedad, pero sigue luchando por su literatura. Presenta una
obra de teatro que es destrozada por la crítica. Pero recibe una pensión por el
director de Bellas Artes.
Nace su única
hija Enriqueta, pero ni su esposo ni Victor Cousin reconocen la paternidad. Lo mismo le ocurre a Emma de Madame Bobary, y en la novela se describe como el personaje se olvida de su hija, y quisa paso lo mismo con Enriqueta.
Los especialistas
consideran que los poemas de Louise eran malos, sus frases eran confusas y
pastosas, sin ningún plan previo antes de escribir. Realmente, para lo expertos
no tenía talento. Todos os consejos que el escritor vertió en sus cartas, sobre
literatura, psicología y la vida misma,
fueron desaprovechados por su Musa, por que nunca mejoró su escritura.
La dama de letras
busca distintos círculos de amigos y encuentra en 1846 a Flabert en un taller
literario, el de 24 años y ella de 35. Pasan varias semanas sin verse y cuando
se vuelven a encontrar se hacen amantes, se especula que muchas de las
experiencias de Emma (personaje Central de la Madame Bovary) donde su primer
amante la decepcione en el intento inicial.
Se sabe que
Flabert tuvo algunos romances antes de 1840. Uno de ellos con Elisa Schlésinger
en Troville, que lo consideran como a pasión de su vida, se piensa que muchas
de las palabras románticas en sus cartas fueron escritas pensando en Elise. De
otro romance anterior, del cual se conservan algunas cartas, fue con Eulalia
Foucaild de Langlade. Fue corto y apasionado.
Tuvieron una
separación en 1874, y otra más en agosto de 1848, que se extiende hasta 1851, por
el viaje a Oriente de éste. El escritor la busca, se piensa que para seguirse
inspirando para el personaje de la esposa adúltera de su novela. Existe un
pasaje en la novela que parece aparecer en las cartas. En la segunda parte de
Madam Bovary, Emma, la esposa adúltera conoce a un joven inexperto, llamado
León Dipuis, el cual la frecuenta sin poder concretar nada. Emma es seducida y
toma como amante a varios hombres, pero al regresar León, ya con más experiencias
en la vida, sostienen relaciones en un choche. En la carta fechada en , dice:
… Hace ocho días de nuestro hermoso paseo por el
Bois de Boulogne. ¡Qué abismo desde aquel día! Aquellas horas deliciosas
trascurrieron ara los demás, sin duda, como las anteriores y como las que
siguieron; pero para nosotros fue un momento radiante cuyo reflejo siempre
iluminará nuestro corazón. Que dicho y qué ternura tan hermosa, … Si fuera
rico, compraría aquel carruaje y lo guardaría en mi cochera para no volverá a usarlo
nunca más…
Las similitudes
entre Ema y Louise son demasiadas. Cuando ella lee el libro de su amante,
estalla en cólera, al verse reflejada en las páginas. Escribe su propio libro,
Lui, en respuesta a Flovert pero este no tiene éxito.
Esa íntima carta
de Flabert nos habla de un viaje a Ruán de parte de su musa. Nos demuestra que hubo un último
intento de la mujer por reunirse, sólo un acto desesperado de una mujer
enamorada o el hostigamiento de ésta para casarse con el escritor. No se sabe,
pero para entonces Flabert sabía que ella se volvió amante de Alfred de Vigny.
Por su parte él era amante de la actriz Béatrix Person.
Louise muere en
marzo de 1876 y él escribe: “!Un final más¡ ¿Recuerda usted el pisito de la
Calle Sevres? ¡Qué miseria la nuestra!
2
Jueves, once de
la noche (6 de agosto de 1846)
Estoy roto,
aturdido, como después de una orgía prolongada; me aburro mortalmente. Tengo en
el corazón un vacío inaudito. Yo que era antes tan tranquilo, tan orgulloso de
mi serenidad, no puedo leer, ni pensar, ni escribir; tu amor me ha vuelto
triste. Veo que sufres, preveo que te haré sufrir. Quisiera no haber conocido
nunca, por ti, luego por mí, y sin embargo tu recuerdo me atrae sin descanso.
Encuentro en él una exquisita dulzura. ¡Ay, qué preferible habría sido
limitarnos a nuestro primer paseo! ¡Ya sospechaba yo todo esto! Cuando, al día
siguiente, no volví a casa de Fidias (Pradier), es porque ya me sentía resbalar
por la pendiente. Quise detenerme; ¿qué es lo que me empujó a esto? ¡Tanto
peor! ¿Tanto mejor1 el cielo no me ha dado una constitución graciosa. Nada
posee en mayor grado que yo el sentimiento de miseria de la vida. No creo en
nadie, ni siquiera en mi mismo, cosas que es infrecuente. Me dedico al arte
porque me divierto, pero no tengo fe alguna en la belleza, ni en los demás. Así
que el punto de tu carta, pobre amiga mía, en que me hablas de patriotismo, me
habría hecho reír con ganas si me hubiera encontrado en estado de ánimo más
alegre. Vas a creer que soy duro. Querría serlo. Todos los que se acercan a mí
se beneficiarían de ello, y yo también, que tengo el corazón comido, como lo
está en otoño la hierba de los prados, por todas las ovejas que han pasado por
encima. No quisiste creerme cuando te dije que era viejo. Desgraciadamente es
así, pues todo sentimos que llega a mi alma se avinagra en ella, como el vino
que se pone en recipientes demasiado usados. Si supieras todas las fuerzas
internas que me han agotado, todas las locuras que han pasado por mi cabeza,
todo lo que he probado y experimentado en cuanto a sentimientos y pasiones,
varías que no soy joven. Tú eres la creatura, tú eres fresca y nueva, tú, cuyo
candor me sonroja. Me humillas con la grandeza de tu amor. Merecías algo mejor
que yo. ¡Qué me pasta un rayo, que caiga
sobre mí todas las maldiciones posibles, si alguna vez lo olvido!
¿Despreciarte, dices, porque te has
entregado a mí demasiado pronto?....
168
(París) Martes
por la mañana (6 de marzo de 1855)
Señora:
Me he enterado de
que se había tomado la molestia de venir tres veces, ayer por la tarde, a mi
casa. No estaba. Y, temiendo la afrenta que semejante persistencia por su parte
podría atraerle por la mía, la cortesía me induce a advertirle que nunca
estaré. La saludo atentamente.
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