—Hola, chicos— saludó sonriente.
La sorpresa impidió que pudiéramos contestar. Los jóvenes miraban su cuerpo, yo los ojos: estaba drogada.
—¿Cómo les ha ido? — preguntó de nuevo, al apoyándose en el auto de Cesar.
No esperó la respuesta. Hizo aparecer un cigarrillo hecho a mano y lo encendió frente a nosotros. Supusimos que era de marihuana pero nada pude decir. Hizo una fuerte inhalación y trató de conservar el humo en sus pulmones, mostrando un gesto torpe y forzado. Pasaron algunos momentos hasta que pudiera hablar.
—Pruébenlo— dijo con voz entrecortada—. Se van a sentir con madre; se los aseguro. Solamente no dejen que el humo se vaya, déjenlo adentro.
Alargó el brazo con el cigarrillo en su mano casi poniéndolo enfrente de los muchachos. Ninguno se movió.
—Vamos, no sean putos. Está bien. No les pasará nada; van a sentirse con madre una media hora, pero nada más.
Todos seguimos inmóviles.
Ella miró a César a los ojos y, sin decir nada, le ofreció el cigarrillo poniéndolo casi en su cara. Se miraron un momento, César con dudas y Lorena indiferente. Algo debió de ocurrir entre ellos: una llamada, una petición de noviazgo desesperada en el lugar más inoportuno. En algún momento le declaró su amor y ella no quiso responder en esa ocasión; dejó la respuesta para después. El momento llegó esa mañana, cuando le pidió una prueba de amor:
—Si realmente me quieres la probaras.
César no quiso tomarlo al principio. Fue la actitud de reto de ella, y es largo silencio, lo que lo obligó a tomar el cigarrillo y dar una fumada. Tosió con insistencia y lo devolvió inclinado por el esfuerzo en respirar con normalidad. Desde auto la habló el hombre mayor y ella le hace una señal. Toma a César del brazo y lo aleja un poco, algo le dice al oído y le da un beso en la boca.
En ese momento no me importo lo que hubiera podido decirle Lorena a mi amigo. Aunque ahora supongo que fue una invitación para acostarse juntos y así seguir drogándolo.
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