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sábado, 28 de marzo de 2015

LA CORRUPCION EN LATINOAMERICA (PRIMERA PARTE)



 

En la primera página de la novela Conversaciones en la Catedral aparece la siguiente frase:  “Él era como Peru, Zabalita, se habían jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?”. Viendo a Latinoamérica yo también me pregunto lo mismo.  Algunos son países grandes, con gran cantidad de recursos materiales y humanos, uno se pregunta por qué no contamos con algún país con suficiente desarrollo, que sea competitivo en el mundo.

Cuando pienso en los primeros contactos que tuvo América con el resto del mundo encuentro que los emigrantes europeos tenían distintos motivos y razones para venir a este continente. Por una parte los españoles venían buscando fortuna, no esperaban llevar una vida simple, como la que tenían en Europa, esperaban encontrar su “justo pago”. Riqueza y prosperidad, que nunca conseguirían por si mismos en su tierra. Para esto tomaron a los nativos como esclavos y  se trasformaron en explotadores sin principios morales.

En cambio en el extremo norte del continente llegaron religiosos buscando un lugar seguro para tener libertad de culto. Se establecieron colonias y se dedicaron a vivir de su trabajo en el campo. No trataron de volverse los grandes terratenientes  y no tomaron la población local como esclavos, en cambio los desplazaron o los exterminaron. Aunque la suerte de los nativos americanos fue igual de devastador en todo el continente. Todos ellos, en menos o mayor grado, tenían una bese moral fuerte y un principio de honestidad bien definido.

Para mí la pregunta: ¿en cuál? Se contesta con esta deducción demasiado simple. Nuestro destino estaba en la base moral de la población que llego a dominar el continente.

Y esta filosofía se mantiene durante los primeros siglos del dominio europeo de américa. Pero también existen otros detalles que me llaman la atención. La independencia en toda América ocurrió casi en el mismo periodo y las constituciones fueron redactadas casi con los mismos principios de igualdad, pero su aplicación fue muy diferentes. Mientras que en el norte del continente los redactores de sus constituciones eran personas nobles, sencillas que sabían que el progreso de cualquier país depende del trabajo y esfuerzo cotidiano de cada uno de sus ciudadanos y lo mejor que se podía hacer era garantizar las libertades. En el sur llegaron personajes, que en su mayoría, se veían a sí mismos como los grandes caudillos que buscaban ejercer el poder sobre la población. El primer detalle importante es que en las grandes capitales se concentró todo: El poder político, religioso, cultural y económico, impidiendo otros lugares de desarrollo en sus respectivos países. Los gobernantes se rodeado de un grupo de funcionarios serviles trataron de imponer su manera de pensar y nunca se pudo ejercer  una democracia eficiente. Otros detalles importantes es que al ejercer todo el poder también propagaron la corrupción.

La mayor parte de la población en toda América era agrícola, siendo la mejor manera de mantener controlada a la población, y esto se mantuvo hasta casi finales del siglo pasado, lo que garantizaba desigualdad social.

Para principios del siglo diecinueve, Europa despertaba a la era industrial, surgieron las grandes ciudades, exigiendo mano de obra barata para sus fábricas, la contaminación y una nueva forma de explotación y de marginación. Pero también surgieron recursos económicos que se pudieron concentrar en la cultura, desarrollo científico y tecnológico.  Esto dio frutos casi de inmediato, el desarrollo económico fue en aumento originando a su vez más avances y más progreso. Pero también aumentó la población en las ciudades y convirtió la pobreza en algo que todos veían en las calles. Una democracia funcional permitió, con el paso de los años (muchos), que las condiciones sociales fueran mejorando para la población en general, lo que evitó problemas sociales que hubieran descaderado  violencia incontrolable.

En el norte de América se aplicaron la industrialización por iniciativa surgida de la misma población. Se originaron los mismos problemas que en otras partes, pero el progreso se fue socializando por esa misma corriente democrática.

En el sur de América, al tener gobernantes ineficientes, no se buscó la industrialización como meta en sí. La misma corrupción impidió que las personas con poder económico (y por lo tanto político) hicieran inversiones en tecnologías nuevas, siendo que sus fortunas se construyeron por circunstancias políticas, no por un trabajo real de administración de sus propios recursos. Pero también estaba la ignorancia como punto clave de la mediocridad.

Llegamos al siglo veinte como países agrícolas, democráticamente manipulados y volviéndonos un campo de batalla para las nuevas ideas como el comunistas. La idea del socialismo fue tomada con mucha seriedad en países con tradición totalitarista.

Considero que cuando los grandes avances del siglo veinte impresionaban al mundo nuestros gobiernos, imposibilitados por la mediocridad, sólo se volvieron espectadores indiferentes y no trataron de hacer llegar la tecnología a sus países. Seguían siendo países agrícolas donde el control de los gobernantes, si no total, al menos suficiente, para volver impensable cualquier intento ciudadano de llevar tecnología a sus países.

Al final de la segunda guerra mundial se dio otro fenómeno igual de dañino para nuestros países, nos trasformamos en el campo de batalla de las superpotencias. Entre nuestras filas se encontraban representados los dos bandos, y sostuvimos una larga guerra inútil por el poder, no por el pueblo.  Y se tomaron lo peor de los dos ideologías, donde por intereses de los ajenos, se derramamos sangre latina de forma inútil.

El Chile de Pinochet, al leer un poco de información real, no propaganda, estaba cerca de tener  los mismos problemas que hoy tiene Venezuela.

La doctrina comunista dice que el gobierno garantiza la seguridad, la salud y te dará todo lo que necesitas (aunque lo que daban era escaso y de mala calidad). A cambio te quita el derecho a ser un individuo; no tienes derecho a opinar, a estar informado, a viajar, a exigir o quejarte. Lo que el gobierno te da, el gobierno te puede quitar.